La calidad de vida, tiene que ver también con una actitud mental positiva. El ambiente en el cual vivimos, es un enorme campo de energía en el que nos encontramos en intercambio necesario y contínuo y es éste intercambio permanente entre el interior y el exterior lo que determina el bienestar. Nuestra individualidad es una unidad integral en la que cuerpo, mente y espíritu y atender estas tres dimensiones hace a la mirada integradora de nuestra calidad de vida.
Es un estado de conciencia en la cual, sin depender del afecto, el sostén o la opinión de otros, hallamos una equilibrada sintonía con nosotros mismos. La autoestima es la capacidad para ver nuestras propias capacidades y aún, nuestras propias debilidades. Y justamente, el conocimiento de nuestros propios límites es los que nos permite encontrar la seguridad y así, la capacidad de valorar equilibradamente nuestras posibilidades.
En sístesis, aumentar la autoestima supone cultivar el conocimiento de nosotros mismos, estimular el desafío de aceptarnos tal cual somos y enfrentar la vida reconociendo nuestras cualidades positivas y también nuestras limitaciones, sin quedar encerrados en la queja, el resentimiento, el egoísmo o la demanda insaciable de que otro acuda a facilitar o incluso a resolver nuestros anhelos personales.
La sobrestimación puede llevarnos a una distorsión de la personalidad, a un sentimiento de superioridad irreal en la que no se reconocen las debilidades. Esta idea inapropiada del uno mismo, confrotada con la realidad, puede desembocar en estados depresivos.
La atención excesiva del cuerpo, la preocupación desbordada por ajustarse o no a los parámetros de belleza dominantes de un momento u otro pueden concluir en ansiedad y conducir a un peligroso rechazo de la propia persona. Es frecuente que en la adolescencia exista una disociación respecto a lo corporal debida en muchos casos al desarrollo veloz del cuerpo, a veces, este rasgo continúa en la adultez e incluso hay quienes anhelan superar estos desajustes recurriendo a las cirujías plásticas. En algunos casos, la actitud se transforman en un desasosiego sin fin. Pensamos que es aconsejable enfrentar a tiempo los sentimientos de baja autoestima, valorando las cualidades personales y buscando un equilibrio acepatable entre la imagen interna que cada uno tiene de sí mismo y la que ofrece a los demás.
Es absurdo considerar el cuerpo un enemigo a quien combatir o mucho peor aún, un monumento en constante restauración. La madurez demanda serenidad y, por sobre todas las cosas, madurez.
El optimismo no supone tener una opinión simple de todo lo que nos rodea, sino dar la relevancia justa a los aspectos positivos de las cosas. Esto no es necesariamente conformarse pensando que las cosas podrían ser peores sino más bien enfatizar los puntos ventajosos y prometedores de la situaciones vividas.
Liberarse de sentimientos de culpabilidad o de todo aquello nos hace sentir solos o infelices, desgraciados o indefensos, es un buen punto de partida. Descubrir alegría en la vivencia cotidiana sin perderse en la búsqueda irreal de una felicidad completa y perfecta, es también una actitud optimista que sin lugar a dudas genera importantes beneficios para la calidad de vida.
Y en este sentido, aceptar el envejecimiento del cuerpo, antes que una lucha despiadada o una restauración infinita, puede ser el descubrimiento de nuevas posibilidades y experiencias. En la vida, hay un momento para cada cosa, y cada etapa tiene alguna ventaja que disfrutar.
El estado emocional es un mecanismo cerebral cuyas mnifestaciones involucran casi todas las funciones del organismo, desde la frecuencia cardíaca y respiratoria hasta la tensión muscular y la actividad digestiva.
Las emociones pueden generar reacciones tanto positvas como negativas y precisamente por esa causa, resulta fundamental controlarlas para aspirar a lograr un bienestar del organismo.
Controlar las emociones no significa reprimirlas, ya que nada bueno para la salud puede esperarse de un control de tipo represivo. Pero esto no significa que no debamos aspirar a dirigir y mantener lo emotivo dentro de ciertos límites de modo tal que el organismo no se dañe a sí mismo. Llorar, por ejemplo, puede ser beneficioso... un llanto abundantemente oportuno, para descargar dolor, rabia acumulada, frustración o temor, es una acción totalmente inofensiva que nos hará sentirnos más livianos. Soltar una carcajada en un momento crítico, también. En definitiva, lo importante es no conducir nuestras emociones a acciones que terminen destruyéndonos: pelear con alguien para luego sentirnos mal por ello, agredir a otros o autoagredirnos, tomar decisiones apresuradas que nos dejan un saldo negativo, etc.